DEMOCRACIA: HACE 37 AÑOS ALFONSIN ABRIA LA PRIMERA PAGINA

                                                    Alfonsín, el día de la asunción


 Mañana se cumplen 37 años de la asunción del presidente de la Nación, el doctor Raúl Alfonsín, en aquel histórico 10 de diciembre de 1983.

Se terminaba la dictadura militar, que desde el 24 de marzo de 1976 asoló el país, con una cuota lamentable de fallecidos, desaparecidos, torturas, retroceso y atraso.

Después de la guerra de Malvinas, entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982 la derrota del régimen que encabezaba el general Leopoldo Fortunato Galtieri debilitó el poder militar y aceleró los tiempos. No olvidar que el propio Galtieri, en el informe Rattenbach sobre el tema Malvinas y la guerra, había reconocido que en algún momento se sintió Perón y que apostaba a una victoria para consagrar su objetivo. No tuvo la visión ni la capacidad de advertir la realidad, porque enfrentar a la poderosa fuerza inglesa en semejante inferioridad de condiciones significaba llevar al muere a jóvenes soldados argentinos que no tenían preparación ni recursos instrumentales para pelear en igualdad de condiciones. En todo caso quedó para siempre el orgullo y la fortaleza de los combatientes y el mérito de los representantes de la Fuerza Aérea que demostraron un coraje y un heroísmo superlativo.

Así las cosas, los tiempos fueron corriendo y el gobierno militar deióe entregar el poder lo más rápido posible. Se llamó a elecciones, las decisivas se realizaron el 30 de octubre de 1983 con el triunfo de la dupla radical, integrada por Raúl Alfonsín y Víctor Martínez frente a la fórmula peronista, con Italo Argentino Luder y el chaqueño Felipe Deolindo Bittel.

El 10 de diciembre de ese año en un acto multitudinario, que todavía sigue conmoviendo a los que recordamos esas imágenes históricas, asumía el doctor Alfonsín, el abogado de Chascomús que llegaba al poder en un momento difícil y donde todavía había algunos trasnochados que soñaban con el pasado militar.

Había que tener coraje y Raúl Alfonsín lo tuvo. Rápidamente decidió la creación de la Conadep, la Comisión Nacional de Desaparición de Personas, para investigar los terribles sucesos de la dictadura de militar, que estallaban con la desaparición de personas. Esa Comisión, que presidió el escritor Ernesto Sábato, recibió muchísimos testimonios, desgarradores por cierto, de víctimas que pudieron salir airosas del flagelo o de familiares que contaban lo que sufrieron en esos tiempos sus seres queridos.

Y lanzó los juicios a las juntas militares, que se transformaron en un hito histórico nunca visto en el mundo, incluso más notables que el juicio de Nuremberg, a los jerarcas de la Alemania nazi.

 La democracia tuvo entonces en Alfonsín al reconocido padre, porque supo instalar el sistema como el mejor de todos, más allá de los avatares y de las deudas pendientes, sobre todo en materia económica.

Precisamente, este último aspecto determinó que se acelerara el cambio de gobierno, a mediados de 1989 en lugar de diciembre de ese año. Llegó el presidente Carlos Menem, el caudillo riojano, con su particular fisonomía, las patillas, la admiración por Facundo Quiroga y una especial manera de gobernar, con excentricidades, y aquello que reconoció sin ponerse colorado: Si decía lo que iba a hacer, no me votaban...

Hubo privatizaciones, corrupción, situaciones complicadas, la explosión de Río Tercero, etcétera...

Menem quería seguir en el poder en forma "eterna". Y tuvo el muro que le puso Alfonsín, lo que llevó a que el líder radical y Menem se pusieran de acuerdo en lo que se conoció como Pacto de Olivos en 1993 -vale recordar la famosa fotografía de los dos paseando por la quinta de espaldas, con las manos atrás- y allí Menem logró que al menos se apruebe la reelección por una sola vez y se pusieron las bases de la convención constituyente de Santa Fe, que reformó la Constitución en 1994.

CRISIS 2001

El momento más difícil que vivió la democracia -más allá de la semana santa con Alfonsín declarando que la casa está en orden, Felices Pascuas  o la rebelión de La Tablada- fue en diciembre de 2001, que terminó con la renuncia del presidente Fernando De la Rua, después de graves sucesos con muertos incluidos.

Fueron días políticos agitados con varios presidentes en pocos días -hasta el quilmeño Eduardo Oscar Camaño ocupó esa primera magistratura por ser titular de la Cámara de Diputados de la Nación-, llegó el presidente Eduardo Duhalde, elegido por la asamblea legislativa.

Tras varios movimientos, que intentó el propio Duhalde, que sabía de su gobierno de transición, llegó la elección del ignoto gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, que en los comicios le ganó a Menem porque el riojano no se presentó para la segunda vuelta, sabiendo que su frivolidad y desprestigio lo llevarían a una segura derrota. En realidad Menem le había ganado por escaso margen, aunque sabía que iba a ser imposible repetir en el ballotage.

Así se vivió el comienzo de una etapa que todavía sigue vigente, sintetizada en el "ismo" que es tan afín a nuestro país y a las fuerzas políticas, que llevan detrás de un dirigente la línea política. El kirchnerismo se instaló y con las mismas armas que utilizó en su provincia patagónica, instaló un gobierno familiar, que comenzó con Néstor y siguió con su esposa, Cristina. El patagónico falleció en 2010 y su esposa sumó un segundo mandato, favorecida por el dolor del episodio familiar.

Sin embargo, en el 2015 hubo un shock en la elección porque el viento patagónica quedó contenido por la brisa que llegaba de la Ciudad de Buenos Aires.

Fue el tiempo del ex presidente de Boca Juniors y jefe de gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, que intentó cambiar la onda kirchnerista pero tropezó con la fuerza de esa oposición, además de los errores cometidos, sobre todo en materia económica. Finalmente en el 2019 volvió al ruedo el kirchnerismo, con la jugada de CFK de elegir a Alberto Fernández como presidente, aunque poniendo todas las dudas a la hora de saber a ciencia cierta quién manda. Al menos esa es la percepción al cumplirse el primer año de este gobierno.

Hoy estamos a horas de celebrar los 37 años de una agitada democracia, que no merece objeciones en cuanto a su vigencia pero que deja algunas dudas en cuanto a su real puesta en práctica. Eso sí, siempre con el principal argumento que las heridas de la democracia se curan con más democracia (palabras de Bartolomé Mitre).

La realidad actual dice que la división de poderes, base fundamental del sistema, está en polémica y ese es quizás el gran desafío que viene para el futuro. Apuntalar las instituciones para que los tres poderes -Legislativo, Ejecutivo y Judicial- tengan la misma independencia para que no haya invasiones que se tengan que lamentar.

Por último, vale celebrar este Día de la Democracia, 37 años después, y soñar con que el verdadero soberano, el hombre que tiene el voto como herramienta para definir el futuro, siga manteniendo la importancia de que sea quien decida su destino y no quede sometido a la voluntad omnímoda de alguien o de algunos.

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