DIARIO DE VIAJE..ARGENTINOS, A LAS COSAS

Hace casi ocho décadas, el prestigioso ensayista y filósofo español José Ortega y Gasset daba una conferencia en La Plata y sintetizaba con una frase una lección que a lo largo de los años sigue vigente. Nos decía: "Argentinos, a las cosas", pidiéndonos que nos dejemos de las cuestiones previas y de las suspicacias, los narcisismos. "No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día en que sus hijos resuelvan de una vez, bravamente, abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse por ellas".
Esta expresión me ha venido a la mente después de recorrer una parte de Europa en este viaje por ciudades imperiales, junto a mis hermanos y cuñados, en una estudiantina universitaria que marcó sin duda un sello indeleble en quien esto escribe.
Fue un viaje en el que se consolidó la noción de familia, se fortalecieron los valores que la fundamentan y se aprendió a reconocer los principios que nos formaron como familia y como personas.
A la hora de repasar el camino recorrido en estos días, aparecen la posibilidad de recomponer estructuras destruídas por la guerra. Ciudades enteras que sufrieron terribles bombardeos que dejaron solo escombros y que con el espíritu de pueblos que no se rindieron ante la adversidad, hoy lucen impecables como ejemplo de recuperación y de progreso. Aquí se demuestra que sí se puede, cuando todos tiran para el mismo lado y el concepto de Nación, más allá de las disidencias y de los matices, se sostiene con un ejemplo encomiable.
En Alemania esta imagen aparece más nítida. Padeció la locura de un tal Adolf Hitler, soportó las bombas de los aliados y hoy luce moderna, pujante, audaz.
Tuvo que padecer el holocausto, que masacró a cerca de 6 millones de judíos -el Museo del Holocausto en Berlín es una crónica viviente del horror que vivió una Alemania guiada por un delirante, que lavó el cerebro de muchos alemanes con su teoría de superioridad de raza, propia de un alineado-, vivió la verdadera grieta del Muro que durante muchos años separó este y oeste, y que cuando se derrumbó sirvió para dar rienda suelta a la felicidad de quienes durante tanto tiempo sufrieron el horror de la separación.
En Praga y Viena se pudo apreciar el valor de la cultura, el centro del mundo que soportó la guerra pero que  al no ser bombardeadas pudieron mantener el perfil edilicio histórico, junto al espíritu de la ópera, de los grandes artistas que nacieron en estos lares y saborear el espíritu artístico para alegría de distintas generaciones.
La belleza del paisaje de la Selva Negra, los Alpes, la Bavaria, fue también un condimento especial para apreciar lo que la naturaleza ofrece a quien se acerca a estos lares.
Pudimos realizar el periplo de María, aquella institutriz que hizo famosa La novicia rebelde, con la pantalla del cine como instrumento, recorriendo las locaciones del filme. O conocer el palacio de la emperatriz Sissi, a la que el cine también dio su espacio, más allá del condimento edulcorado de una realidad que no era tan dulce.
Castillos, palacios, jardines maravillosos, instalaciones imperiales, los varios siglos del imperio de los Habsburgo, fueron algunas de las propuestas con las que pudimos deleitarnos, haciendo hincapié en la importancia de utilizar el turismo como industria nacional.
Todas las notas que fuimos publicando fueron detallando, día por día, lo que pudimos vivir en este viaje por las ciudades imperiales.
La enseñanza principal se emparenta con las palabras de Ortega y Gasset. Si Europa sufrió terribles guerras -Alemania fundamentalmente- y pudo superarlas para mostrarse hoy como un ejemplo mundial, ¿por qué no trasladar el dato a nuestro querido país para saber capitalizar las enseñanzas y de una vez por todas dejar afuera las mezquindades para arrojarnos con todo a hacerle caso a quien nos lo dijo en 1939: Argentinos, a las cosas?

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