EL ADIOS AL MAESTRO ROBERTO DE VICENZO

Ha muerto el Señor Golf: Roberto De Vicente, el más grande golfista que dio la Argentina en toda su historia.
Un señor con todas las letras, que con 94 años seguía de vez en cuando dándose el gusto de jugar a su deporte preferido en su querido Ranelagh Golf Club.
Varias veces, por el diario El Sol, lo entrevistamos y siempre mostró una sonrisa eterna, mucho humor, una visión muy particular del mundo y del deporte, y un ejemplo y una conducta dignas de imitación.
La primera vez que lo reporteamos cumplía 60 años y ante una pregunta de cómo se sentía a esa edad, con humor respondió en una especie de hoyo en uno: "Estoy más cerca del hoyo...".
De aquella fecha -había nacido el 14 de abril de 1923 en Migueletes- pasaron más de tres décadas hasta hoy en que emprendió una gira para jugar al golf allá en el cielo con tantas glorias del deporte nacional.
Estaba conceptuado como uno de los más grandes deportistas del país, junto al boxeador Carlos Monzón, el automovilista Juan Manuel Fangio, el futbolista Diego Maradona y el tenista Guillermo Vilas.
Con el golf recorrió el mundo varias veces, conoció reyes, presidentes, personalidades. Todos admiraron su bonhomía y su don de gentes.
Ganó muchísimos premios en el país y en el exterior, sin embargo el premio mayor que obtuvo fue el de la honestidad a toda prueba. El ejemplo del torneo de Augusta de 1968 quedó para siempre como la anécdota más fiel de un hombre de bien: había ganado el certamen y su coequiper se equivocó al marcar las tarjetas.
Se le mencionó el error y nunca Roberto quiso "mandar al frente" a su compañero, aceptando lo que había dicho el informante. Perdió el certamen, pero ganó el mote de hombre honesto y deportista cabal.
Muchísimas anécdotas fue jalonando Roberto a lo largo de su vida.
Nació en Migueletes pero desde muy chico vino a vivir a Ranelagh, que terminó siendo su lugar en el mundo.
Viajaba por todas partes, y siempre volvía a Ranelagh a tal punto de ser un sinónimo de la ciudad.
En Berazategui el gimnasio municipal lleva su nombre, como reconocimiento a su condición de deportista.
Contaba que cuando comenzó a viajar para jugar al golf en otros países, tomaba aviones que obligaban a ocupar dos o tres días para llegar al destino, con las consabidas paradas.

!POLITICA... NUNCA!

Alguna vez se le preguntó si había sido tentado para ocupar un cargo político. Frente a la inquietud siempre respondía con una sonrisa, llevaba al interlocutor que le ofrecía el puesto hasta el Golf Club de Ranelagh y le mostraba los infinitos green. "¿Qué me va a hablar de política o de un cargo si mi vida está aquí, en este paisaje...?"
Y solía agregar que detrás de los ventanales del Golf Club inició su historia de amor con su esposa, a quien conoció en ese ámbito de Ranelagh y con el que compartió más de medio siglo de vida juntos, con dos hijos, aunque ninguno decidió continuar la carrera deportiva del padre.

UN PUEBLITO DE IRLANDA

Los amigos de Roberto De Vicenzo seguramente hoy sienten un dolor tremendo ante la ida del maestro. En algunas de las tenidas que se armaban en el club, uno de esos amigos, hombre de mar él, contó que en un lugar apartado de Irlanda, entró a una taberna y vio una foto de De Vicenzo. La miraba con devoción y el tabernero le preguntó si lo conocía. Este amigo esbozó una sonrisa y contestó: "No solo lo conozco sino que en Ranelagh juego al golf con él", ante la sorpresa del interlocutor.

AQUEL ARBOL DE BALLESTEROS

Otra anécdota que pinta de cuerpo entero a De Vicenzo la vivió con el maestro de golf, el español Saveriano Ballesteros. En uno de esos encuentros el hispano relató que para ejecutar un golpe, con un árbol enfrente, intentó poner en práctica una recomendación anterior de De Vicenzo, con tanta mala fortuna que la pelota quedó atrapada por el árbol.
Cuando quiso reprocharle a De Vicenzo el consejo, le respondió: "Lo que pasa es que los árboles van creciendo...".

Se nos ha ido el Señor Golf, un hombre que transformó al deporte en una forma de vida, en la esquina maravillosa de la transparencia y la honestidad por sobre todas las cosas.

(Por Eduardo Menescaldi).

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