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En su libro póstumo, titulado El despachante, el autor quilmeño Plácido Tito Donato, presenta su primer cuento como La secta de la infamia, que vale la pena compartir.
En su libro póstumo, titulado El despachante, el autor quilmeño Plácido Tito Donato, presenta su primer cuento como La secta de la infamia, que vale la pena compartir.
"Se juntaron en el boliche de Juan, el viejo Ardiles y la Mafalda Antúnez, que escaviaba el doble que Ardiles, que es mucho. Y esa noche de tormenta se les ocurrió la gran idea, bueno en realidad se le ocurrió a la Mafalda mientas empinaba la quinta caña de la noche.
Necesitaba joder gente, y que gente la ayudara en la empresa.
El carácter de la Mafalda siempre estaba predispuesto a eso. Además, como la canción de Tita Merello, vivia a contramano, gata Flora que le dicen, "si se la ponen grita, si se la sacan llora".
Ella, con voz etílica, fue clara y precisa: los convocó, entre hipitos, a formar una especie de logia o masonería de la Infamia para hacer un trabajo muy especial.
La cosa sería con rituales y toda esa reserva súper secreta de una organización de este tipo.
Los tres juntos como mosqueteros: uno par buscar candidatos que tuviesen una linda vida para poderlos reventar y todos para llevar a cabo hacer el laburo.
Tenía preparada la hoja de una revista de cultura, amarilla y arrugada, que tomó de ese bolso interminable color mostaza que arrastraba a todas partes.
La sacó, la desarrugó y la mostró con mucho sigilo.
-Este es N.N., nadie debe mencionar su nombre.
NN era un dramaturgo y escritor conocido, un tipo de 80 años que había luchado como un boludo "honestamente" sin joder a nadie, pero sin aportar un mísero mango para la corona, es decir no afanó pero ayudó nada para que otros más arriba lo hicieran.
De él un conocido actor dijo: Este es el único tipo en Buenos Aires que te hace un favor y te pide perdón.
A Juan y al viejo Ardiles les interesó mucho la idea, especialmente al viejo Ardiles, en otras épocas guionista de historietas de gente y lugares que no conocía, pero como Verne modestamente se las ingenió para crearse cierta fama, que le tenía idea fija al de la foto a quien él había empujado a escribir y cuando creció un poco se le fue de las manos y solía sentenciar: cría cuervos...
Sus ojos nublados de odio ya gozaban la venganza.
Juan era un tipo que odiaba agradecer. Mediocre, engreído y usurpador de sillones vacíos o llenos que él ayudaba a vaciar.
Era sicólogo y frustrado escritor, envidioso y siempre lleno de poder que ejercía en las sombras y soberbia detrás de una máscara de humildad, simpatía y bondad.
Todo favor que no quería que le pagasen era una verdadera ofensa y jamás lo perdonaba, y ahora tenía la oportunidad de joder a N.N. y hacerle pagar las muchas veces que lo había ayudado sin pedir nada en recompensa.
Un tipo que no aceptaba una coima, una cometa o una dádiva era prácticamente un indeseable.
La Mafalda tenía una idea fija, nadie la soportaba, nadie al parecer la quería, vivía en un embudo de odio y una nube sórdida, no sabía nunca dónde estaba ni qué quería, ni siquiera qué podía aliviar su pasaje a la locura.
Además como todo hipocondríaco se creía talentosa, imprescindible y llamada a tener un poder inconmensurable.
N.N. siempre había creído en ella, y trataba de salvarla de sus muchos desvaríos, un gran error que tenía que pagar por pelotudo y torpe.
N.N. siempre había creído en ella, y trataba de salvarla de sus muchos desvaríos, un gran error que tenía que pagar por pelotudo y torpe.
La tarde siguiente se juntaron en la empresa de Juan.
La Mafalda estaba más sobria y puso a la vista de sus socios su plan macabro.
N.N. tenía una oficinita en un lugar perdido del Once, que llamaba la cueva. Allí, en soledad y paz, se reunía con la imaginación, la creatividad y la inspiración para escribir sus obras y dar paso a sus poesías.
Esta misma noche harían la operación Muerte a N.N., con una lata de nafta, unos fósforos, poco gasto y gran resultado, así le quitarían a N.N. su cerebro, que era lo que más ambicionaban como herencia sus familiares y amigos.
El viejo Ardiles había conseguido una ganzúa en una especie de museo que solía cuidar como sereno o vigilador nocturno.
Juan trajo la lata con nafta y la Mafalda los fósforos. La ganzúa fue un elemento valioso.
La vieja puerta se abrió con un chirrido oxidado.
Entraron con mucho cuidado, sin hacer ruido.
Cerraron de un golpe fuerte pero silencioso la puerta.
Eran las dos de la mañana.
La cueva estaba vacía, solo quizás deambulaban por sus rincones los últimos fantasmas de la inspiración, la creatividad y la magia de N.N.
Unieron sus manos en un juramento logístico, Juan echó la nafta y la Mafalda encendió la hoguera.
Unieron sus manos en un juramento logístico, Juan echó la nafta y la Mafalda encendió la hoguera.
Nunca pudieron abrir la puerta.
El chofer de Juan, que había quedado de campana sin saber del secreto, fue el que anotició a los bomberos del incendio.
Las cenizas eran tan iguales que los científicos pasaron varios días en averiguar a quién pertenecían.
N.N. siempre agradeció a la providencia que el incendio de la casa de al lado no hubiese afectado su cueva ni las resmas de papel que utilizaban para escribir sus locuras".
PLACIDO ROSARIO TITO DONATO.
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