ARGENTINA... EL DIA DESPUES

Y otra vez en derecho penal la selección argentina anduvo torcida. Malograron aquel que más sabe, Lionel Messi, y el otro que ya había errado en una ocasión anterior, Lucas Biglia.
Ni siquiera el haber roto las estadísticas -se dice que los primeros que patean penales son los que son infalibles- pudo cambiar el destino de la selección del Tata Martino.
Porque a la eficacia de Chiquito Romero se le sumó la gaffe de Messi, que puso en órbita el balón en una ejecución inusitada... Puede pasar...
Después de 120 minutos de fútbol (?) las dos selecciones se metieron en la lotería de los penales, y allí nuevamente la Argentina resignó su chance, sumando una nueva final perdida.
Enseguida Lionel remató su desilusión con la crónica de una renuncia anunciada (¿será definitiva...?)
Y a partir de ahí ríos de tinta comenzaron a desparramarse por las páginas periodísticas, los medios radiales y televisivos, los tantos millones de directores técnicos, periodistas deportivos, etcétera, que volvieron a demostrar que en la Argentina al menos todos sabemos de fútbol.
Dante Panzeri hace medio siglo hablaba de la dinámica de lo impensado al definir al deporte más popular, y a veces se da esta apreciación. Porque, vale recordarlo, la Argentina sumó 18 goles y apenas 2 en su valla (el de Chile precisamente en el primer partido, y el de Venezuela).
Se suele imaginar que la vida del fútbol pasa dramáticamente por un resultado. La energía con que muchos destrozan a estos jugadores y cuerpo técnico no parece tanta cuando se trata de analizar esas "informaciones" que todos los días nos sacuden sobre hipocresía, corrupción, bolsos que se revuelan, cuentas en el exterior, negociados, etcétera, etcétera.
Entonces, el fútbol adquiere la dimensión de ser una cuestión de vida o muerte, cuando en realidad, más allá del negocio y de los millones de dólares o euros que se mueven en su torno, se trata de un deporte, eso sí, más superprofesionalizado que nunca.
¿Frustración o fracaso?
Otra vez los que saben van a ser largas peroratas, paneles, discursos, para enrostrar a estos deportistas con el consabido sambenito de ser perdedores.
Los discípulos de la congregación de que el segundo no sirve porque nadie se acuerda con el tiempo, volverán a echar a rodar toda clase de epítetos contra estos que tuvieron la virtud o la convocatoria de llenarles al menos algo más de dos horas de su vida -por la final solamente- con toda la incertidumbre y el misterio de un partido, con un final no agradable pero que es válido porque en los penales uno gana y el otro pierde. De lo contrario se estarían ejecutando penales durante horas y horas.
La selección argentina volvió a llegar a una final y nuevamente perdió. El que mire el vaso medio lleno dará mérito a haber llegado a ese sitio privilegiado, el del otro bando, criticará la consuetudinaria costumbre de resignar a último momento.
En fin... el fútbol en un país futbolero es una cuestión de estado. Muchos lo ponen como pantalla para esconder otras cosas mucho más importante y que merecerían la mayor aplicación posible para resolverlas con éxito -léase educación, seguridad, justicia, pobreza....-
Y la realidad, que es la única verdad, solo dice que un partido de fútbol no es ni más ni menos que un hecho deportivo, que encierra pasión sin duda, pero que no tendría que significar una cuestión de vida. La vida en todo caso pasa por otro lado, al menos así debería ser.

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