OBISPOS

Que cada cual saque sus propias conclusiones, pero el documento de los obispos argentinos sobre la realidad del país es contundente. Vale la pena reproducirlo en su totalidad.
El título es "felices los que trabajan por la paz". Dice así: "Como pastores del pueblo de Dios -del que provenimos y al que queremos servir- nos dirigimos a todos los miembros de la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad para compartir nuestra mirada sobre un aspecto inquietante de la realidad nacional. Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia. Algunos de los síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de una forma o de otra todos nos sentimos afectados. Queremos detenernos a reflexionar sobre este drama porque creemos que el amor vence al odio y que nuestro pueblo anhela la paz.
"Son numerosas las formas de violencia que la sociedad padece a diario. Muchos viven con miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar. Los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad. Una violencia cada vez más feroz y despiadada provoca lesiones graves y llega en muchos casos al homicidio. Es evidente la incidencia de la droga en algunas conducta violentas y en el descontrol de los que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena. La reiteración de estas situaciones alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o de la mal llamada justicia por mano propia. La creciente ola delictiva ha ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad.
"No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias. Conviene ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros. A estos escenarios violentos corremos el riesgo de habituarnos sin que nos duela el sufrimiento de los hermanos. Todo lo que atenta contra la dignidad de la vida humana es violación al proyecto de amor de Dios, la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, hacinamiento y abuso, violencia doméstica, abandono del sistema educativo, peleas entre barrabravas a veces ligados a dirigentes políticos y sociales, niños limpiando parabrisas de los autos, migrantes no acogidos e, incluso, la destrucción de la naturaleza. Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia e relativizando el bien y el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y al egoísmo, de los cuales despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca. El Papa Francisco señala que "se ha desarrollado una globalización de la indiferencia" (Evangelii Gaudium 54)".
Como se ve, un documento duro y esclarecedor. Una pintura descarnada de la actualidad nacional, que poco favor le hace a la tan comentada "década ganada". Un alerta para la dirigencia nacional y la necesidad de responder con hechos para revertir el panorama.

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