TAQUIGRAFOS PARLAMENTARIOS 47

El taquígrafo Osvaldo Beade acercó un artículo del periodista Adolfo Abello que se publicó en 1947 y que refiere un concurso de ese año para ocupar una vacante en el Cuerpo de Taquígrafos de la Cámara de Diputados de la Nación.
El artículo titula y copetea: El Congreso. Un reciente concurso para el difícil trabajo, donde las recomendaciones no pesan. Las taquígrafas brillan por su ausencia.
"Es más difícil ser taquígrafo que diputado y aunque quizás la afirmación peque de incompleta, pues hay diputados de muy distintas jerarquías intelectuales encierra un fondo de verdad. Porque es indudable que los taquígrafos en los Cuerpos colegiados cumplen una ímproba labor y con sus crónicas objetivas salvan del olvido millones de frases, para el presente y para la historia, si es que hay historiadores que se animen a penetrar en esa espesa selva de palabras que son la mayor parte de los discursos parlamentarios.
No es fácil ser taquígrafo  parlamentario y es evidente que tampoco es fácil ser buen diputado. Para lo primero, porque lo otro no nos interesa ahora, se requiere una conjunción singular de condiciones físicas e intelectuales, buena audición, destreza en las manos, agilidad mental, cultura general y sólido conocimiento del idioma.
El taquígrafo debe registrar frases dichas en los más variados estilos y tonos: claros, confusos, pronunciadas con buena dicción y pésima sintaxis, con horrible dicción y excelente sintaxis o con mala dicción y mala sintaxis. Hay algunas otras combinaciones de los ingredientes fundamentales de un discurso pero las principales son las mencionadas además de aquella otra en que el orador, con facilidad mecánica para emitir palabras es un prodigio de condiciones negativas, ausencia de buena dicción, de sintaxis y de ideas.
Cuando el taquígrafo con sus carillas llenas de signos se dispone a hacer la traducción recuerda al obrero que sale de la cantera empujando una vagoneta repleta de trozos de mármol que para ser aprovechados tienen que ser sometidos a la desbastadura radical.
En esos garabatos lleva el taquígrafo material bruto que deberá elaborar, darle forma, expurgarlo, reducirlo a párrafos inteligibles porque la verdad es que si los taquígrafos trasladaran exactamente al papel todo lo que se dice tal como se dice, muchos volúmenes en los diarios de Sesiones serían curiosas antologías de los disparates.

Los aspirantes

¿Cómo se inicia un taquígrafo parlamentario en su complicada tarea? Hace muchos años en el Senado y en la Cámara de Diputados se ha instituido un sistema de rigurosa selección por concurso, de la que, caso único probablemente, han sido desterradas todas las influencias extrañas. La recomendación y la gauchada que en otras actividades gravitan ostensiblemente allí fracasan sin remedio. La selección la realizan los mismos taquígrafos, que se constituyen en jurado y su celo y entusiasmo profesional son tan grandes que todos los factores de orden personal desaparecen en esas competencias ante lo que se considera primordial y excluyente, eficiencia y rendimiento.
Hace pocos días hubo un concurso en la Cámara de Diputados para llenar una vacante. Se presentó una veintena de jóvenes en condiciones de cumplir los siguientes requisitos: edad, hasta 25 años; nacionalidad argentina; y comprobante de haber cursado estudios secundarios, bachillerato, comercial o normal. Las pruebas de competencias son simples y desprovistas de ritualismos.
Reunidos los aspirantes en la oficina de taquígrafos, uno de aquellos elige un volumen cualquiera de la colección del Diario de Sesiones y otro lo abre en una página al azar. El examen comienza con la lectura del texto escogido en la forma antedicha, a una velocidad de 100 a 120 palabras durante cinco minutos.
Los concursantes descansan un minuto y luego se plantea otra lectura de igual duración a una velocidad un poco mayor.
Después de otro intervalo de un minuto se realiza el tercer dictado, también de cinco minutos, a una velocidad de 160 palabras por minuto.
Para traducción los aspirantes disponen de una hora por cada texto de cinco minutos, que deben entregar en forma separada.
Reunidas las pruebas, el jurado de Taquígrafos, presidido por el jefe de la oficina, doctor Andrés Watson coteja los trabajos con los textos dictados. El mejor gana. Si resultan varios en igualdad de condiciones se lleva a cabo una nueva selección entre éstos. En tales casos la lectura es mucho más veloz y alcanza a más de 200 palabras por minuto.
El procedimiento no puede ser más sencillo ni más limpio ni más democrático. Competencia estrictamente profesional, en la que no se exige más que una cosa: saber taquigrafía.
Gracias a este sistema que debería ser aplicado a muchas otras actividades, el Cuerpo de Taquígrafos parlamentarios desde que existe el Congreso, y en especial desde setiembre de 1904 en que el concurso fue incorporado al Reglamento de la Cámara, goza de un justificado prestigio y permanece ajeno a los vaivenes de las afluencias políticas y de los favoritismos, porque vale la pena subrayarlo: los taquígrafos forman un grupo especial de funcionarios en cuya labor no intervienen más que el jefe de la oficina, que llega a ese puesto por riguroso escalafón.
La actividad parlamentaria en uno de sus más esenciales aspectos descansa sobre ese plantel de técnicos que cultiva con dedicación ejemplar una labor que requiere profunda vocación.
No se crean que los taquígrafos que ingresan afrontan inmediatamente los debates. Algunos pasan muchos, a veces cinco o más, antes de tomar contacto con la Cámara. Previamente, en la oficina deben disciplinarse en todas las tareas relacionadas con la función del Cuerpo de Taquígrafos y paralelamente intensificar el estudio de los signos, aprender los gramálogos parlamentarios, familiarizarse con las personas y los estilos oratorios de los legisladores y conocer todo lo concerniente a la actividad del Congreso.
Recién entonces estarán en condiciones de penetrar en el recinto para dar permanencia a las palabras de los padres o de los abuelos de la Patria.

¿Y las mujeres?

Posiblemente más de un lector se habrá preguntado por qué no hay mujeres taquígrafas. En nuestro Congreso nacional, no. El motivo reside en factores que no resulta fácil discriminar. Ninguna ley ni reglamento interno prohíbe a las mujeres dotar el cargo y desempeñarlo en caso de que lo obtengan. Además, en muchos otros ejemplos en otros cuerpos colegiados actúan con ejemplar eficacia. En la Legislatura de Salta constituyen mayoría, en la de Corrientes, abundan, en la de Santa Fe, también y en la de Entre Ríos y en la de La Plata rivalizan con los hombres en absoluto pie de igualdad y con el mismo rendimiento.
 Entonces, ¿por qué no tenemos representantes del bello sexo en el Parlamento? Será porque en todos los concursos fueron vencidas por los hombres. Como la competencia es mayor, hasta ahora han sido siempre los hombres los que lograron sobresalir.
A simple título de acotación marginal cabe señalar esto: en cada concurso taquigráfico en el que se presentan mujeres, éstas constituyen una seria preocupación y nos atreveríamos a afirmarlo, secretamente se desea que fracasen. El motivo, muy sencillo: las leyes de trabajo prescriben para las tareas femeninas ciertas reglamentaciones que están reñidas con la actividad parlamentaria, la que como es sabido no se sujeta a horarios ni a otros regímenes. Las mujeres obligarían a introducir modificaciones al Reglamento, incluso a construir para ellas dependencias especiales pues sería absurdo que el Congreso, que dicta las leyes, las violara aunque sea en su más insignificante detalle, incorporando mujeres a su personal.
Además hay otras circunstancias: ¿podrían los legisladores en sus discusiones expedirse con la crudeza con que lo hacen ahora?
La presencia de mujeres evidentemente los cohibiría, lo que permite concluir que sería deseable el ingreso de aquéllas en la labor taquigráfica, así como la labor legislativa propiamente dicha. Constituirían un factor de mejoramiento de las costumbres parlamentarias, serían ideales auxiliares de la Presidencia a la que tanto esfuerzo cuesta ahora mantener el orden.
Esperemos, entonces, que en un próximo concurso gentiles muchachas disputen a los hombres los puestos vacantes. La mujer ejerce en todas partes la gravitación soberana de su belleza o de su dulzura, y no existe ningún motivo para que nuestro Congreso esté huérfano del influjo que justifica y da sentido a la vida.
 PD: Debe señalarse, en relación a estas afirmaciones últimas, que recién ingresó la primera mujer al Cuerpo de Taquígrafos del Congreso Nacional el 9 de mayo de 1966. Fue María Cristina Arguello, en un concurso del que también resultaron seleccionados Horacio González Monasterio (hoy director del Cuerpo), Eduardo Menescaldi y Martín Giesenow (quien ya no está más en el Cuerpo).


Fotos

 Varias fotos acompañan esta nota del periodista Abello: una muestra al jurado del concurso reunido en el recinto de la Cámara. Presidió el doctor Andrés Watson, acompañado por los taquígrafos Ernesto Hugo Sastre, Roberto Barcia, Juan B. Servat, Alfredo Schaffroth, Miguel Silva Rey e Isauro Arguello.
En la otra, aparecen los aspirantes a ocupar una vacante en el Cuerpo de Taquígrafos de la Cámara durante el concurso que se efectuó para seleccionar al más capaz.
En otra foto aparece el jefe de la oficina de Taquígrafos, doctor Andrés Watson con los taquígrafos, el profesor Alfredo Schaffroth y Ernesto Hugo Sastre, cotejando las versiones de discursos pronunciados durante la sesión de la Cámara de Diputados que se prolongó durante 48 horas.

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