28 DE JUNIO DE 1966... TAQUIGRAFOS

Por ELM

Aquel martes 28 de junio no fue un días. Los militares irrumpían abruptamente en el poder desalojando de la Casa Rosada al presidente constitucional, el radical Arturo Umberto Illia.
En el Congreso llegaba el interventor, coronel Felipe Gerardo José Mazzini, quien decidía echar por tierra todo lo que tuviera algo que ver con la política y los partidos políticos. Desaparecieron libros, otros se quemaron, se borraron los diarios de Sesiones... y fue disuelto, por única y por primera vez en el país, los Cuerpo de Taquígrafos, tanto del Senado como de Diputados.
Era la denominada revolución argentina, del general Juan Carlos Onganía, la que hacía pata ancha, pateando la Constitucional y el orden institucional, para instalar el nuevo país, en base al libro que publicaba el designado Secretario Legal y Técnico de la Presidencia de la Nación, el doctor Roberto Bobby Roth.
 Se pensó dividir las etapas de "la nueva era" en tres períodos, primero el económico, luego el social y finalmente, pero mucho más tarde, el político.
 Quien esto escribe había ingresado al Cuerpo de Taquígrafos de Diputados el 9 de mayo de ese año, o sea algo más de un mes y medio antes. Y a partir de ahí comenzó una nueva historia. Porque los taquígrafos quedamos a la deriva. La mayoría fue declarada "prescindible" y los menos, enviados a distintas reparticiones, en mi caso precisamente a la Presidencia, en la secretaría del doctor Roth, donde había una pléyade de asesores, entre los que estaban Diego Muniz Barreto -años después brutalmente asesinado-, Rodríguez Larreta (padre del actual funcionario de Macri en el gobierno de la Ciudad), Klappenbach, Marcheggiani, el padre Castex (médico, abogado, etcétera, etcétera, hijo del creador de la Fundación Castex), y muchos más.
 Esa revolución argentina, que como todo golpe de Estado terminó mal porque significaba ir contra el orden constitucional, había derrocado a un buen político y excelente presidente como el doctor Illia, quien se lo hizo saber antes de ser echado al jefe de granaderos, que venía a pedirle la renuncia. Illia no sólo no renunció sino que le dijo que con el tiempo se iba a dar cuenta del error que cometía. Así fùe porque una década después el militar se lo hizo saber en una carta pública, en la que le daba la razón y le pedía perdón por el error.
 En la obra Arturo Illia, que interpreta Luis Brandoni, sobre libro de Eduardo Rovner, se refleja con rigor político e histórico toda esta etapa, en la que la acción mediática de órganos periodísticos como la revista Primera Plana, de Jacobo Timerman (el padre del actual canciller) se volcaba en la publicación casi como un relato de todo lo que se estaba armando para derrocar al presidente.
 Vale recordar que Illia accedió a la presidencia en 1963, apenas con el 22 por ciento de los votos (sí, la misma cantidad que llevó a Néstor Kirchner en el 2003), porque el peronismo estaba proscripto.
 Illia era un médico de Cruz del Eje -había nacido en Pergamino, provincia de Buenos Aires y cuando se recibió de médico fue a hacer su trabajo profesional a la ciudad cordobesa, donde se radicó- que se caracterizaba por su honestidad, su bonhomía y su firmeza. Más allá de que en la revista Primera Plana se lo hiciera aparecer como lento -incluso se lo dibujaba como una tortuga- la realidad, como muestra la obra de Rovner, es que tuvo que lidiar con muchos frentes, pero demostró firmeza y convicción en cumplir en el poder lo que había prometido, como el tema de los contratos petroleros.
 En la obra se hace hincapié en la traición del doctor Arturo Frondizi,  a la hora del golpe, cuestión que recién tomé nota cuando vi la obra en el Teatro Cervantes de Quilmes.
 En fin, hace 46 años se disolvía el cuerpo de Taquígrafos del Congreso, por primera y única vez, destruyendo un Cuerpo que ha sabido ganarse a lo largo de la historia más que centenaria el respeto de todo el mundo, por la honestidad, firmeza, fidelidad y profesionalismo de sus integrantes.
 Para quien no lo sepa, el taquígrafo es el que escribe con signos a la velocidad del habla, y en el caso de los parlamentarios, se trata de los hombres del lápiz o de la máquina -en los últimos tiempos han proliferado los profesionales que utilizan una máquina en lugar del lápiz, una máquina que se llama de estenotipia- que se encargar de reflejar las sesiones de los cuerpos legislativos, también de las comisiones que integran poderes.
 A fines de 1972, con el retorno de la democracia, el regreso de Perón, el desafío del general Lanusse que el general respondió viniendo, porque le sobraba el cuero, se rearmaron los cuerpos de taquígrafos, que funcionaron hasta que en 1976 un nuevo golpe de Estado, más sangriento que el anterior, con los desaparecidos, torturas, etcétera (reflejadas en el libro Nunca Más de la Conadep), los taquígrafos siguieron aunque ahora juntos en lo que se llamó la Comisión de Asesoramiento Legislativo o CAL, toda una parodia de Congreso.
 Este golpe terminó peor que el anterior, acelerada su huida después de la guerra de las Malvinas y la derrota, y con el retorno definitivo de la democracia, a partir del presidente Raúl Alfonsín, los taquígrafos han ido jerarquizando su profesión, adaptándose a las exigencias de los tiempos y demostrando siempre su profesionalismo, reconocido por propios y extraños. Su trabajo se concentra en los diarios de sesiones, en los que se puede recorrer la acción legislativa en los casi treinta años que lleva el orden constitucional, una democracia que volvió para quedarse definitivamente.

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