PAGINAS SUELTAS

En un emotivo acto, se realizó en la Asociación Española de Quilmes la presentación del libro "Páginas sueltas. Quilmes, el Congreso y algo más", del periodista Eduardo Menescaldi.
La presentación estuvo a cargo de la profesora Leticia Corsiforti.
Tanto el presidente de la Asociación, contador Daniel Turqui como la coordinadora cultural, María Rizzo, destacaron la importancia del acontecimiento.
En una amena charla el autor y la presentadora departieron sobre el contenido del libro, calificado por Eduardo Menescaldi como "una travesura del alma", exponiendo anécdotas y experiencias de más de cuatro décadas como taquígrafo de la Cámara de Diputados de la Nación y casi cuatro décadas como periodista, la mayoría del tiempo en el diario El Sol de Quilmes.
Hubo una importante concurrencia, que también se deleitó con la actuación de la cantante Florencia Valledor, quien entonó con mucha jerarquía tangos, entre ellos "Como dos extraños", "Adiós Nonino", "Balada para un loco", "Chiquilín de Bachín", el tema de Joan Manuel Serrat "Poemas de amor", y el cierre fue el clásico "No llores por mí, Argentina", de la ópera Evita.
Como cierre, Eduardo Menescaldi quiso homenajear al inolvidable periodista Alberto Laya, con sus históricas columnas del Mirador Deportivo, bajo el seudónimo Olímpico, en otros tiempos del diario La Nación.
Esa columna de Alberto Laya habla del periodismo como ideal y fue escrita especialmente para una revista "Sur deportivo" que en los años 70 presentaron un grupo de periodistas deportivo del sur del conurbano, digamos vía Temperley.
Decía así Laya: "No, esto no es para publicar. Uno acepta el presunto de caballeros y no lo publica. ¿Por qué la gente dice siempre lo que no debe decir? Los que juegan al sensacionalismo, una extraña fauna de buscadores de prestigio, alpinistas vocacionales, suelen no respetar el pacto. Creen que una nota puede consagrarlos definitivamente, mientras digan en ella todas las cosas que, precisamente, el protagonista de esa historia rogó que no se dijera. Olvidan, quizás, que el periodismo no es el escaparate de cosas miserablemente micróscopicas. Y no recuerdan, además, que tampoco es el oficio de la singularidad. La innovación es sólo la actualización de algo viejo u olvidado. Engallados, con su pecho abombado, con sus brazos presuntamente arqueados, pisan estrepitosamente y dicen: Yo soy periodista. Y cuando alguien no les abre la puerta de la intimidad, responden con altivez: ¿Usted no sabe quién soy yo? Mañana en mi diario le publicaré un brulote que lo hará temblar. Claro, el otro no sabe quién es él, y tampoco le interesa saberlo. Para ser periodista ni siquiera hace falta ser inteligente. Basta sólo con ser sensato. Pero la lucha ya está en marcha. Hay que escalar u oscurecerse. No, el periodista es otra cosa. O debiera serlo. Es un hombre común, vibrante, tal vez neurótico con una úlcera de duodeno o una dispepsia, o una gastritis, vitalmente palpitante, comprensivo, invadido de sueño, fervoroso, fiel adorador de una virtud a veces inaprensible: armonía.
"No crea neologismos absurdos. Se ajusta a su rito apasionadamente. Duerme poco, se estremece todavía y ni siquiera aspira al único negocio brillante de su arrinconado oficio: casarse con la hija del director de su diario o revista.
"Los otros, los que creen que el periodismo es la actividad de la inhabilidad, de la suficiencia, de la solemnidad, de las encorsetadas figuras de yeso, pertenecen a la categoría de los monos relojeros. Unos monos sabios que pretenden arreglar relojes y a quienes siempre les sobran un montón de piezas.
"Casi todo está regido por un signo único: vanidad. El periodismo, el auténtico, no agravado de soberbia ni de miedo, es otra cosa: la religión de la modestia y de la verdad. Pero siempre habrá alguien que dirá: ese es un enfermo del hígado, jamás ha hecho una crítica constructiva.
Si ese alguien se enfrentara espiritualmente, desnudo consigo mismo, descubriría que pertenece a una categoría menor, aún, si es que existe, a la de los monos relojeros, porque a esa crítica constructiva, que lo asusta tanto, le da siempre una traducción única: elogio. Como en "Perro Mundo", diría Heredia, un fabulista conmovible y conmovedor, "el hombre ya llegó a la Luna... pero el verdadero progreso recién comenzará cuando llegue a su propio corazón...".

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