RAUL RICARDO ALFONSIN

Murió Raúl Ricardo Alfonsín, el presidente de la vuelta de la democracia, y muchísimos argentinos, cualquiera sea su bandería política, están reconociendo sus condiciones de estadista, quizás uno de los grandes déficit que muestra el país en estos casi 26 de este sistema democrático.
Alfonsín representó la esencia de un sistema de gobierno, que con virtudes y defectos, ha demostrado ser el único posible en una República, donde el gobernante tendría que expresar la voz del pueblo.
En este tiempo tan difícil de la Nación, cuando algunos creen que la crispación es la única manera de imponer las ideas, el mensaje de Alfonsín cobra fuerza, porque significa aquello de que la democracia es consenso, donde el que piensa diferente no puede ser el enemigo.
Como aquel inolvidable mensaje de Ricardo Balbín ante la muerte de Perón -"este viejo adversario despide a un amigo"- Alfonsín entendió mejor que nadie que la democracia es un sistema en el que la política debe pasar por el respeto, la trasparencia, la honestidad, el poner al país por encima de los apetitos personales.
Lógicamente, en un país tan difícil como el nuestro, resulta complicado entender los mensajes, y por lo general se interpretan en momentos como éste.
De Alfonsín queda el legado, un hombre que no se la creía por el hecho de haber llegado a la máxima magistratura, y que tuvo que atravesar tiempos complicados, desde el juicio a las juntas (en algunos medios del exterior se publicó que había muerto el autor del "Nuremberg argentino") hasta los hechos de Semana Santa, la salida adelantada del poder, los problemas económicos, los planes Austral y Primavera, y tantas cosas vividas en esos primeros pasos de una democracia frágil y que día a día tuvo que ser construida.
Numerosas anécdotas conforman la vida del doctor Alfonsín, que se fueron conociendo a través de radicales y no radicales que en estos momentos han ido recordando esos hechos.
Una de esas anécdotas, que lo muestra de cuerpo entero, la contó quien fue su vocero, José Ignacio López. En el día de su cumpleaños, en su casa de José Mármol, de pronto tocaron timbre y atendió uno de los hijos, quien volvió conmovido gritando: papá, está el presidente. Era Alfonsín, con un regalo para su amigo y vocero Nacho López. Por supuesto en esa época en que el hombre de Chascomús presidía los destinos de la Argentina.
Muchos han denostado al doctor Alfonsín, no entendiendo su pensamiento o sus actitudes en momentos difíciles del país. Siempre estuvo el estadista, vale repetirlo ese que le está faltando hoy a la Argentina, porque el estadista es el que mira el horizonte de años y no la coyuntura.
Por eso, ante el profundo misterio de la muerte, aparecen voces laudatorias, incluso de algunos que fueron excesivamente críticos de este hombre. Que como líder ha muerto en su casa de siempre y que encuentra en todas las voces el respeto, el elogio y la comprensión de su ideario.
Alfonsín, lo contó el periodista Nelson Castro, le ofreció la presidencia de la Corte Suprema a su rival de las elecciones, Italo Luder (eso sólo se dio en la historia del país en 1862, con el presidente Bartolomé Mitre).
Otro periodista, Pepe Eliaschev, sostuvo con una emoción desbordante las cualidades humanas y políticas del hombre de Chascomús, y se mostró contrariado porque muchos de los que le hicieron la vida imposible, hoy lo recuerdan con palabras laudatorias. Aunque quizás el tiempo haya servido para madurar, y eso sí se puede tener como consuelo.
De todas maneras, ojalá este cimbronazo que ha recibido la República sirva para que los mariscales de la crispación comprendan que la democracia es un sistema de consensos, de respeto, de valores, en fin, una apuesta para ponerse al servicio de la gente y no servirse de ella. Vale repetir hasta el cansancio que este es uno de los mejores legados que dejó el hombre de la ciudad de la famosa laguna.

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