JAIRO Y UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA



Jairo volvió a Avellaneda y reiteró su jerarquía artística en el histórico Teatro Roma ante una multitud, con un espectador de lujo, el poeta Horacio Ferrer (aquel que con Astor Piazzolla construyó piezas memorables). Como suele decir aquella canción de Silvina Garré en cada obra "se fuerza la máquina y el cantante y los músicos se juegan la vida..". Pero Jairo parece haber superado la barrera del tiempo y su caudal de voz sigue intacto como en aquellos tiempos en que deslumbraba en París. El repertorio, lo reconoce con una sonrisa, lleva un camino desordenado, que termina resaltando el itinerario y jerarquizando en cada canción a un artista de nivel internacional al que el público disfruta con una ovación en cada tema.
Por supuesto, la propuesta es variada y recorre distintas facetas de tantos años con la música, comenzando con las raíces folklóricas que fue el punto de partida cuando salió de Cruz del Eje con la guitarra como un ignoto Marito González.
Así canta "La Tristecita", reconociendo que el maestro Ariel Ramírez le confesó que fue el primer tema que compuso. También homenajea a don Atahualpa Yupanqui, con la pintura del Cerro Colorado, donde estaba "la casa" de don Ata y donde hoy reposan sus restos. Cuenta que al autor de "Luna Tucumana" lo encontraba en París y rezongaba porque lo invitaban de tantos lugares y tenía dificultades con el idioma. Así, don Ata le decía con su maravillosa sabiduría que "Pablo (nada menos que Picasso) me pedía que fuera y repitiera que hablaba cinco idionmas, como yo, los cinco españoles".
La fuerza de Jairo estalla en el homenaje al Indio Toba y el camino sigue repasando las cosas de la vida, como el recuerdo de su padre ferroviario, que lo marcó para siempre. Así, el homenaje a los hombres del riel, con su mítico "Ferroviario" con el golpe que signfiicó la privatización para dejar las estaciones de pueblos sin ese motivo de encuenetro. "Alguna vez papá me contó que un tren llegó a Cruz del Eje y había como un millón, sí, un millón de pesonas esperándolo. Y como era papá, no podía creer lo conrario...". Aquí un espectador se acerca y sube al escenario para referir al oido de Jairo, con toda la emoción a cuestas, que tenía sesenta años de ferrocarril.
Continuó el cantante con ese relato gardeliano que le fue inculcando su pader, para llegar al extremo del recuerdo de una explosión que se escuchó en Cruz del Eje..."cuando chocaron dos aviones en la trágica noche de Medellín, con el fallecimiento de Carlos Gardel, una de las muertas que más vida ha dado. Siempre le creí a papá y llegué a pensar que tenía un superoido para escuchar ese estampido. Como Papá se fue volviendo algo sordo con el tiempo, empecé a dudar.. pero yo ya tenía 40".
Jairo juega con las palabras, disfruta del escenario y cuenta con el apoyo de músicos de alto vuelo como su propio hijo Yaco, Osvaldo Figueras, Daniel Ferrón, Guillermo Cardozo Ocampo (un tecladista con apellido de estirpe musical), Gustavo Horche y el joven acordeonista Javier Acevedo, toda una revelación.
En forma coincidente, Jairo está cumpliendo años y la gente se los festeja al geminiano, le piden temas, y él reitera el desdorden del repertorio, una constante, dice, de su carrera, como el departamento de un joven soltero "que se va desdordenando con la simple mirada". Canta en francés junto a su hijo Yaco, y después presenta a los músicos con los que entona tramos de canciones para poner el acento en la jerarquía de cada uno.
El remate es el más esperado, y aquí llega el momento de la experiencia religiosa con el AVE MARIA de Charles Gounod, cantando en francés y en castellano, con un final de aplauso levantado, porque deja el micrófono en el suelo, se para frente al público y "a capela" entrega toda su voz... que llega a todos los rincones del teatro, como para seguir aplaudiendo cada vez que las imágenes se repiten en la memoria. Sin duda, Jairo es un artista "de colección", como reza el espectáculo.

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